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Los ladrillos eran de aire

Apenas iniciado el siglo XX, cuando aún no se vivía la vorágine del tiempo acelerado de hoy, Reiner María Rilke le aconseja al joven poeta destinatario de sus cartas que tenga paciencia: que viva las preguntas. Y usa unas imágenes muy potentes: "intente amar las preguntas mismas, como cuartos cerrados y libros escritos en un idioma extraño".

Vivir las preguntas, dice Rilke, es como vivir en un cuarto cerrado, lejos de la sensación de libertad que podría traernos una idea apresurada del estado de interrogación. No. Aceptar las preguntas, sin respuestas, tal vez se parece más a escuchar una dominante que no llega a la tónica, a la asfixia de cuatro paredes que nos limitan. Pero luego, si por un momento recordáramos que es la cultura la que nos ha domesticado con ciertas estructuras, como la de los finales de la mayoría de la música occidental, tal vez la puerta se abra, tal vez los muros se derrumben o tal vez nos demos cuenta de que los ladrillos eran de aire.

La misma asfixia puede provocar un libro escrito en un idioma extraño, o en un alfabeto extraño, o simplemente con manchas donde no podamos advertir ninguna lógica. Si tan solo nos sentáramos, como cuando éramos niñes, a hojear y ojear página tras páginas, hasta hacer un barquito de papel con cada misterio de celulosa, de árboles antiquísimos, tal vez los ladrillos también fueran de aire.

"Quizás luego, poco a poco, sin darse cuenta, vivirá un día lejano entrando en las respuestas", agrega Rilke. Cuando habla de las respuestas, de lo que asociamos con la certidumbre, encabeza su oración con un "quizás". ¿Es la honestidad del autor o del lenguaje? Es la honestidad del que escribe, de su presente. Rilke ha dejado París por la llanura norteña, buscando que "su amplitud, su calma, su cielo" lo cure, pues se encuentra muy enfermo. Pero el tiempo es otro: una lluvia persistente hasta el día en que redacta su carta, nada del cielo escampado y benefactor. Es lo que sucede, la realidad sin ilusión, sin elucubraciones filosóficas, es el tiempo que hace, del que hablan los haikus. Es el tiempo de la pregunta, que tal vez sea el mejor acto de habla para respetar el misterio y la magia del presente.



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