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Prefacio*

El cuerpo es arte vivo. Tu movimiento a través del tiempo y del espacio es arte. Una pintora tiene pinceles. Tú tienes tu cuerpo.

Anna Halprin


Las palabras rebotan. Las palabras, si las dejas, harán lo que quieren hacer y lo que deben hacer.

Anne Carson


Primero baila. Luego, piensa. Es el orden natural.

Samuel Beckett



Debo bailar. Debo escribir. A primera vista, estas disciplinas parecen no estar relacionadas o ser incompatibles. En la superficie, pareciera que la danza se relaciona solamente con el cuerpo y la escritura solamente con la mente, y que nunca se encontrarán.


Cada disciplina requiere el suficiente tiempo y un dedicado esfuerzo para construir una habilidad. A través de los años, profesores bien intencionados me advirtieron que debía elegir una u otra. Lo intenté. Sin embargo, tan pronto como elegía una, la otra regresaba como una amante despreciada a tocar mi puerta con esperanza de recuperar mi afecto. Una vez abierta la puerta, reconocía mi error y la relación se reanudaba.


Mi amor por la escritura empezó temprano. Un armario guardaba mis cuadernos llenos de cavilaciones, historias y poemas. Cada vez que un maestro asignaba una historia para escribir como tarea, al día siguiente mis compañeros de clase me instaban a leer en voz alta mi trabajo terminado. Ellos sabían que mis historias contenían detalles vívidos que hacía que el relato sea creíble. En general, compartía mis escritos con una audiencia selecta, mi mejor amiga, que vivía en la casa de al lado; mi gata, que escuchaba sentándose erguida y luego echándose sobre el papel, una vez que lo abandonaba.

Yo tenía una fértil imaginación, alimentada por la lectura de libros y las aventuras en miles de acres de bosques detrás de mi casa. Las páginas pasadas y los pasos dados sobre hojas y ramas rotas colorearon mi imaginación con larvas, lunares, puntas de flechas, rimas y un tímido estegosaurio. Podía pasar horas observando a una araña tejer su telaraña y capturar un escarabajo desprevenido. Día tras día, vigilaba el goteo de la prisa o una corriente que había cruzado, ya sea con un fácil salto o un salto catapultado y, a veces, con un salpique. Pasaba toda la mañana acurrucada debajo de la manta en mi cama, sin querer dejar mi libro o cerrar mi diario, haciéndolo sólo cuando mi mamá me llamaba insistiendo en que me ocupara de las tareas del hogar. Las caminatas por el bosque, la lectura y la escritura me llevaron a lugares más allá de la familiaridad de mi casa y mi familia. Viajaba regularmente tanto de palabra como de pie, mi hambre de encuentros me dio la apertura para presenciar y participar de las maravillas de la vida. La escritura vino de forma natural y continuó a lo largo de los años, mis cuadernos fueron un escenario garantizado y una audiencia consumada que alentó la exploración, la expresión y la búsqueda por comprender mi mundo.


La danza entró en mi vida durante la universidad. En la lista de cursos había una clase de movimiento creativo en la que me inscribí sólo por capricho. Lo hice desafiando a un médico que al comienzo de la escuela secundaria me etiquetó como "discapacitada" debido a un diagnóstico de escoliosis, una columna curvada, y con ello desanimó mi participación en clases de baile y gimnasia. Para evitar la necesidad de usar un aparato ortopédico o estar encapsulada con un yeso durante la escuela secundaria, yo había mantenido una postura rígida para evitar el empeoramiento de mi curvatura. El dolor, advirtió mi médico, estaría conmigo de por vida.


El movimiento lo cambiaría todo.


Inicialmente, entré a la clase de baile de manera letárgica: mi cuerpo rígido, mi energía decaída. Me costó un gran esfuerzo luchar contra la inercia y la pasividad aprendida y ser capaz de realizar pequeños ejercicios como levantar la pierna derecha contando diez, luego la izquierda, luego torcerla o doblarla. "Más", insistía mi profesor, "más todavía". Algunos días, la idea de empacar una bolsa con ropa de baile para el esfuerzo que seguiría luego se sentía demasiado onerosa. Sin embargo, persistí. Caminaba por el campus con una nueva ligereza y un mayor estado de alerta para mis estudios. Desarrollé una curiosidad por mi cuerpo y sus habilidades. Mi aparato ortopédico invisible se había desbloqueado y se estaba cayendo. Me sentí renovada como si abriera ventanas y puertas después de una larga y opresiva tormenta.


A medida que mi fuerza y rango de movimiento aumentaron en el estudio de la danza, mis experiencias en el mundo cambiaron. Llegué a reconocer el vínculo entre cómo me movía en el mundo y cómo el mundo me movía. Estaba aprendiendo cómo se sentía moverse con libertad y alegría, sentirme abierta y participar activamente en cada momento. Los colores se intensificaron, las formas se agudizaron y los pensamientos se encendieron. Atender mi cuerpo y sentir sus múltiples sensaciones me arraigó en el momento presente. Mi salida creativa recién descubierta capturó mi atención y señaló una interdependencia entre la mente y el cuerpo. Significativamente, el grillete que me ataba de por vida al dolor de espalda predicho por mi médico resultó ser impermanente, el dolor disminuyó con cada clase de baile. Años después, el dolor desapareció por completo.


Como si fuera una alcaldesa inglesa, hablé poco sobre mi doble pertenencia ( a las letras y a la danza) con profesores que, dependiendo de su campo, o abandonan el cuerpo o abandonan los libros. La batalla cartesiana rugía conmigo en el frente ondeando una bandera blanca. De ninguna manera iba a renunciar a ninguna de las dos pertenencias.


La escuela de posgrado me mostró la primera de muchas formas en que los movimientos y la escritura se complementan entre sí. Estaba sentado en el escritorio de mi apartamento escribiendo mi tesis. A las cincuenta páginas, la escritura se detuvo. Miré la página en blanco con la esperanza de que la concentración por sí sola generara el siguiente párrafo, pero ninguna combinación de tinta y fuerza de voluntad funcionó. Cuando las palabras no aparecieron durante el resto de la tarde ni al día siguiente, se produjo el pánico. Se avecinaba la fecha límite. No había tiempo para holgazanear.


Por impulso, me levanté de mi silla. Miré alrededor de la habitación el diseño de la rejilla de la ventana y las flores secas en un jarrón. Al igual que en el vestuario en la clase de baile, mi atención se centró en sentir la presión de mis pies sobre el suelo. Mi respiración cambió, se profundizó, y un pequeño baile floreció cerca de la mesa, del tocador y de la cama, cuando me acomodé por azar en un ritmo que contrastaba con el dominio absoluto de la escritura. Se produjo un cambio y volvió la inspiración para escribir. Me dirigí de nuevo a mi silla.


Este patrón de alternar la escritura con el movimiento, la atención al pensamiento y las palabras con la atención al cuerpo y al movimiento, me llevó hasta la última página y terminé con éxito mi tesis. Pero algo más se afianzó durante ese período: la curiosidad acerca de cómo estas disciplinas pueden complementarse.


La curiosidad me llevó a numerosas actuaciones interdisciplinarias y a escribir varios libros de donde los géneros se cruzaban. La curiosidad me llevó a aprender sobre muchas formas de danza de improvisación, como la Improvisación de Contacto, el Movimiento Auténtico y los 5 Ritmos; a prácticas somáticas como Body Mind Centering, Continuum, Tai Chi, Trager Mentastics y Técnica Alexander; a modalidades de sanación energética como Reiki y Healing Touch. La curiosidad me llevó a comprender que el movimiento se ayuda con la escritura y la escritura se ayuda con el movimiento. La curiosidad me llevó a explorar más a fondo la práctica de meditación, a estados de conciencia encarnados y al reconocimiento de una energía que afirma la vida, que es personal y universal, fugaz y transformadora, y central para el bienestar. El cuerpo contenía misterio, pero también proporcionaba dones.


Los hallazgos de estas investigaciones se abrieron camino para crear Escribir desde el cuerpo, la clase que enseño durante un semestre y como taller en todo el país y en el extranjero. Este libro se basa en gran medida en ese material. Examina las formas en que el baile y la escritura funcionan junto con la conciencia somática para crear una sinergia que produce resultados poderosos. Esta potente combinación conduce a materiales nuevos en movimiento y en escritura, a percepciones, sabiduría, conciencia y sanación. Ayuda a descubrir quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Ayuda a vivir en nuestro cuerpo con conciencia y conocimiento encarnados. Ayuda al desarrollo de nuestro cuerpo personal, sentido subjetivamente, y la conciencia de la influencia mutua dentro del cuerpo colectivo.


Este libro es una invitación a la escucha corporal profunda. Te invita a abrir tus sentidos, a escuchar profundamente tu cuerpo y tus palabras, a llegar a conocer tu yo somático y relacional, y a suspender los preconceptos y las expectativas habituales. Te invita a viajar para seguir el movimiento, el significado y los recursos de tu propia curiosidad.


*(Traducción personal del libro Writing and body in movement, de Cheryl Pallant, a cargo de Daniela Isabel Ortiz)




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