Así llama Julia Cameron, en su libro El camino del artista, a una especie de vocación, inspiración o llamado divino: “imperativo de marcha”. Es una orden que llega y nos dice que caminemos, que no nos quedemos sentades a mirar la vida pasar y que proviene, según se arriesga la autora, de Dios. Y digo "se arriesga" porque, aunque su libro se suele catalogar en las librerías como new age, Julia casi pide perdón a sus lectoras y lectores por hablar de un tal Dios o de El Gran Creador, como prefiere ella llamarle, y encima darle el estatuto de Origen de la Creatividad. Mientras que en la Edad Media Dios se paseaba tranquilo entre copistas y amanuenses, actualmente[1] tiene que advertir a les escritores que si van a hablar de él tengan a bien buscar otras opciones, como el Universo, la Fuente de la que todo emana, o la Energía cósmica.
Más que categórico, entonces, el imperativo de marcha es un imperativo de acción. Pero cuando la autora habla de esto, en la Introducción del libro, no se está refiriendo al llamado a escribir, sino al que la impele a enseñar, a cumplir con su vocación de profesora. Cuenta Julia que, cuando ese llamado llegó, ella no se sentía identificada con la docencia, pero que una voz interior le decía que debía hacerlo. Esta situación es algo frecuente cuando empezamos a escucharnos a nosotres mismes: sabemos que debemos hacer algo, sabemos algo, pero no sabemos por qué, para qué, ni muchos otros detalles. Esto genera una confusión (mental), porque chocan dos saberes: el primero que es, diríamos, intuitivo; el segundo, del tipo de conocimiento al que estamos acostumbrados (me gustaría llamarlo lógico, pero me parece ambicioso y erróneo, porque, muchas veces, consideramos que algo es lógico sólo porque es conocido). Y, como sobrevaloramos la sensación de coherencia, nos resulta insoportable un conocimiento que es fragmentario, muchas veces inconexo con la realidad y los esquemas de pensamiento a los que estamos habituades. (En lo personal, cuando me enfrento a ese tipo de lucha interior, la catalogo como la guerra entre mi Sol en Piscis y mi Ascendente en Virgo -y mi luna en Acuario...-, una cruenta batalla que es tan antigua como divertida -ahora, antes no lo era. Otre puede adjudicar otra oposición de fuerzas; no importa, reconocer la oposición ya es EL gran paso. El siguiente puede ser darle lugar a aquello que nos aterra, como es todo lo que no conocemos).
Entonces, como venía diciendo, surge una idea paralizadora: la (aparente) incompatibilidad entre la labor de docencia y la labor creadora: si enseño, ¿cuándo creo? si creo, ¿cuándo enseño? En otro orden de cosas, esto me recuerda a una situación tan deseable como difícil para les que trabajamos en la Universidad: poder investigar, crear y enseñar al mismo tiempo; que nuestras planificaciones surjan de nuestros propios procesos creadores/de investigación. Digo que es difícil no solo porque las universidades de estas latitudes no suelen tener la infraestructura -económica sobre todo- para que les profesores podamos hacer todo de manera paga y feliz, sino porque a muches docentes directamente no les interesa crear o investigar (por aquella falta de infraestructura en algunos casos). Es ahí que suele aparecer la idea de falta de tiempo.
Pero enseñar (etimológicamente, el conocimiento del cual doy señales) debería proceder de una experiencia propia, no solo para legitimarlo y ser honestes, sino también para mostrar a les alumnes una forma de conocimiento (una forma de vida, diría) que aspire a la coherencia. Un acto político, entonces. Porque lo que llamamos "experiencia propia" no es sinónimo de experiencia individual, ya que lo propio es colectivo.
Recuerdo que una vez, hace más de una década, yo estaba haciendo el primer nivel de Reiki y le comenté al maestro de entonces que no me sentía capacitada para sanar a otres si yo misma estaba muy mal (y lo estaba de veras). Gabriel me dijo que no me preocupara: "Sanando a otros, nos sanamos a nosotros mismos". Cada tanto vuelvo a esta frase, porque puedo reemplazar el verbo sanar por muchos otros y entender que el proceso que se lleva hacia afuera repercute en el adentro, y viceversa. De esta manera, todo imperativo de marcha podría ser analizado desde estos dos parámetros, lo interno y lo externo, para poder apreciar la reciprocidad de ambos, y ,con esto, calmar un poco a nuestro temeroso Jonás, a esa parte de nosotres que se niega a aceptar las vocaciones, los llamados de Dios (a quien sí me arriesgo a nombrar). Crear, investigar y señalar a otres la belleza de esos procesos.
[1] El libro apareció en 1992 y ha tenido numerosas reediciones y traducciones. La primera edición en castellano, de Aguilar, es de 2002. La que yo tengo, de 2019.
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