Actualmente proliferan los manuales de escritura. La mayoría se enfocan en un género, como son algunos de los títulos de la colección Guías del escritor (Editorial Alba); otros abordan el proceso de escritura, más allá de los géneros. Me interesa destacar un libro que se publicó en 1986 y cuyo tema es el origen y el proceso de la escritura: Writing down the bones, de Natalie Goldberg.
La primera impresión en castellano de la Editorial Liebre de Marzo fue en 2003 y en 2015 ya teníamos la novena edición en nuestra lengua, traducido como El gozo de escribir. Recuerdo que lo compré por impulso, como compro cada vez que encuentro un libro que reflexione sobre la escritura, pero este me dio la razón apenas empecé a hojearlo: se trataba de un texto sobre la relación entre el zen y la escritura. La escritura como práctica de meditación. Cuando llegó a mis manos yo estaba de viaje en Rosario y en aquellos días yo ya pensaba que todo lo que nos gusta con pasión podía ser una manera de conectarnos con el presente, y resultaba que Natalie Goldberg había escrito sobre eso hace varias décadas, cuando yo apenas empezaba a vivir.
Un tiempo después busqué información sobre la autora y me compré otros libros suyos acerca de la escritura. También me enteré de que el título original del primer libro que adquirí era muy distinto a El gozo de escribir. Escribir bajo los huesos sería una traducción más literal, pero como sucede con las películas, las editoriales se toman el atributo de colocar títulos más comerciales pero, claro, menos sugerentes. Me parece que la traducción literal es una metáfora muy clara de una escritura que se dirige a lo profundo, pues escribir bajo nuestros propios huesos es sentir cómo, en el medio de esta vida de intemperie, somos protegidos por nuestro nuestro esqueleto, nuestro interior, un interior que toma la forma de árbol que nos da sombra, de techo de hogar que nos resguarda.
Para aquelles lectores que busquen correspondencia entre forma y contenido, El gozo de escribir es una buena opción. Está organizado en capítulos con títulos muy llamativos, ya sea por su función orientativa (“El escritor se pone en forma”) como lúdica (“No nos casemos con la mosca”). Pero la autora también nos invita a hacer una lectura no lineal. Se puede leer un capítulo en cualquier momento, sin respetar el orden, cada uno es independiente. Porque la escritura misma es no lineal, y hasta puede ser contradictoria, como también lo son los capítulos de esta obra (“Escribir es un acto comunitario” frente a “El escritor y su estudio”).
La meditación tampoco es lineal y, bien conducida, es un camino para albergar las polaridades. La meditación zen, la escritura, y todo aquello a lo cual queremos dedicar nuestra vida, son prácticas, donde el fin es el proceso, el conocimiento, el auto-conocimiento. Me gusta que existan estos libros-maestros, que entienden que la escritura no es solo la incorporación a la tradición, o la ruptura con ella, o la adquisición de técnicas, o la búsqueda del resultado final, esto es, la publicación. La vida es camino, un camino a la intemperie, que, si queremos, podemos mitigar con la escritura y la compañía de nuestros huesos.
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