No escribimos lo que somos, somos según escribimos, dice Maurice Blanchot. Creo que podría pensar una forma no polarizada, una forma que acepte lo invariable e incorpore lo variable. Escribiendo voy des-cubriendo algo que percibo como anterior, como propio, como fuera del tiempo, y me voy encontrando en la letra, en el trazo, en el asombro ante una frase que viene de no sé dónde y va a no sé dónde, y que me introduce en mi tiempo, en mi contexto, y me amasa como una forma nueva, también propia.
En el movimiento hay algo similar. Hay posiciones, distancias, duraciones, que puedo hacer porque vengo a este instante con un cuerpo, con una identidad, con una práctica, con unos hábitos, con más o menos percepción de mi globalidad y de mis partes, de mis límites y de mis proxemias. Y en el movimiento, hay un musculo que se estira, uno que duele, una vertebra que suena, un cosquilleo, una distancia interna, siempre algo que me recupera para dejarme en un espacio abierto, a la intemperie, como si estuviera a punto de nacer.
“Escribir no confirma nuestra identidad sino que nos expone en relación con el mundo”, dice Michel Serres. Confirma que la identidad es y no es al mismo tiempo, ya sea escribiendo o moviéndome. Escribo porque soy y para ser.
Gracias por compartir, Daniela, escribir porque se es, buen tema para la reflexión sentida (en el cuerpo) y meditada (¿igual por el cuerpo?). Me encantó: ...en el movimiento, hay un musculo que se estira, uno que duele, una vertebra que suena, un cosquilleo, una distancia interna...