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La libertad de no ser bailarina

Actualizado: 8 ene 2022

Hace poco menos de un año, aprovechando cierto giro que la pandemia me permitió hacer, empecé a tomar clases de danza clásico. Un taller para adultxs, sin experiencia previa, nada demasiado arriesgado. Nunca estuve interesada en la danza (¿nunca estuve interesada en la danza?), pero había creado cuerpescritura y estaba deseosa de hacer cosas nuevas gracias a un incremento de energía que tenía a consecuencia del memento mori que había significado la circulación descontrolada de un virus.


Nunca hubo, como decía, un interés explícito por la danza (¿nunca lo hubo?), pero creo que tengo algunas conjeturas acerca del porqué. Creo que en algún momento acepté el auto-per-prejuicio de que yo soy de madera. No creo que alguien me lo haya dicho, o por lo menos no lo recuerdo (sí recuerdo el comentario burlón de una amiga de antaño, cuando me vio bailando en un video). Pero sí sé que circula en mi cultura la idea de que existen personas que sufren de algún tipo de trastorno que no les permite bailar, una especie de amusia de la danza, o sea, una adancia. Esto, unido a otra idea que viene socavando la felicidad de las personas, como la del “talento”, hicieron de mí una persona arrojada a la nada dancística. Debo aceptar que también hubo una percepción propia de mis movimientos al compás de la música, nada placentera, según la cual mis movimientos no eran gráciles, seductores ni ondulantes, que es lo que una suele admirar en las bailarinas. Pero también esta percepción podía estar –ahora lo sé– atravesada por las ideas a las que me he referido, y durante muchos años viví aceptando muchos mandatos sin cuestionarme nada, respirando casi por inercia. Es decir, todo un contexto que abonaba la idea de que yo no podía bailar.


Actualmente tomo clases con la bailarina y editora Josefina Zuain, en su taller de Danza y escritura. Son dos horas a la semana donde entro en el maravilloso mundo que he decidido explorar: el de las cuespescrituras. La clase suele tener un orden fijo: una consigna de escritura, una vivencia desde el cuerpo y una vuelta a la escritura. Luego de cada instancia suele haber un tiempo dedicado al comentario acerca de lo que cada una de las participantes va experimentando.


En uno de los encuentros, Jose señaló algo acerca de la composición del movimiento y agregó inmediatamente: “bah, eso para las bailarinas, las que no son bailarinas son más libres” (siempre que algo así ocurre, siempre que algo me sorprende, y estoy lejos de un lápiz y un papel deseo tener una especie de computadora a lo Stephen Hawking, pero que en lugar de leer mis mejillas, lea mi cuerpo y mis emociones, y mis pensamientos; sería una manera eficiente de no detener el movimiento pero sí captar los eurekas que, en muchos casos, han surgido gracias a esos movimientos). La frase de Jose venía a darme un poder que yo no sabía que tenía: no ser bailarina era, de pronto, una ventaja (porque asumo que ser libre es una ventaja). Son esas frases que nos inducen a otras dimensiones, aunque una después tenga que seguir lavando la ropa y pagando los servicios, aunque la vida no parezca haberse modificado ni un ápice (me parece hermosa esa palabra y cuando puedo la uso). La presencia de esa otra dimensión está demostrada por el hecho de que no anoté la frase pero esta no se borró de mi memoria, como se suele borrar el ochenta por ciento de lo que vivo y escucho (el porcentaje es más alto, sin duda).


Entonces, no saber bailar implicaba ser libre. ¿Libre de qué? ¿De buscar siempre una coreografía, una composición? ¿De buscar movimientos armónicos? ¿De intentar encajar en alguna estructura? No tengo muchas conjeturas porque no tengo mucho metalenguaje sobre la danza. Solo pocas aproximaciones después de experiencias en clases y talleres, y de algunas lecturas que voy realizando. Lo que sí puedo hacer es analogías con el mundo de la escritura. Muchas veces lo hago, veo semejanzas aquí y allá. En este caso, me sirve pensar en una persona que nunca ha estudiado Letras, que nunca ha tomado clases de teoría literaria o de técnicas de escritura, y ver las similitudes con una persona que no es bailarina. Pero hay una diferencia: las personas que no han tenido contacto con los conceptos y las técnicas de la escritura literaria manejan el material, pues hablan, se comunican, usan el lenguaje (tema para otro ensayo).


Ahora, me pregunto: la persona que no ha tomado clases de danza, ¿no ha bailado nunca, ni de niñxs, con sus amigxs, ni de adolescente, en alguna fiesta? Sería raro, pero sí, hay personas que nunca lo han hecho. O tal vez (y esto también sería tema de otro ensayo), creo que no es que nunca lo hicieron, sino que lo dejaron de hacer. Algo las detuvo, algo bloqueó esa parte.


El bloqueo. Tengo un libro que se llama Sobre el bloqueo del escritor, de Victoria Nelson. Lo compre y lo leí porque tuve varios bloqueos como escritora. Un bloqueo es no es solo no poder escribir. Es no saber por qué no se puede escribir. Y Nelson escribe ese ensayo que me parece imprescindible para las personas que cada tanto sentimos ese impedimento ante algo que en la mayoría de las ocasiones nos ocasiona mucha felicidad y la sensación de que, paradójicamente, no hay impedimentos, de que todo puede ser.


La frase de Jose sigue resonando en mis oídos. No sé todo lo que significa, solo sé que significa mucho. Como muchas otras cosas que me suceden: no las entiendo, pero sé que son significativas, y que la vida después me irá mostrando las piezas del rompecabezas (no todas las piezas, claro, porque de eso se trata un poco la vida, de que nunca la podamos ver en totalidad y que nos entretengamos con piezas que no encajan, piezas del rompecabezas de otrxs, figuras irreconocibles, etc.).


Entonces: no sé bailar, no soy bailarina, ergo, soy libre.


Ahora pondré un poco de música, bailaré como mi cuerpo me lo diga, tal vez siguiendo la simpleza de esas líneas de las ilustraciones que adjunto, y tendré de fondo los sonidos de la frase de Jose, que me acompañarán, seguramente, durante un largo trayecto.


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