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Soy alumna de nuevo



Hace unos días empecé mi formación en la Escuela de Mendoza para ser profesora de Biodanza. Ingresé al módulo de Creatividad como biodanzante y salí de él como alumna, pues allí mismo, al poco rato de llegar, supe, con la seguridad de cuando te enamoras y nadie te puede decir lo contrario, de que había encontrado la formación que buscaba.


Sí, la buscaba, la busqué durante mucho tiempo y no la encontraba. Luego de hacer la Diplo en Educación Somática, anduve errante sin saber por dónde seguir. Quería y necesitaba una formación que me diera el sustento para Cuerpescritura. Un sustento que en Biodanza es principalmente vivencial, pero también teórico. Una teoría que se propone como modelo de integración de la identidad, pero que se sabe inalcanzable, una aspiración, puesto que la totalidad es imposible en un mundo dual. Y es hermoso que así sea, sabernos limitados, pero buscadores por esa misma imperfección.


En el grupo regular de Biodanza he encontrado un lugar para ser. En las clases puedo llorar todo lo que quiero, por ejemplo. He llorado toda mi vida, como buena pisciana. Lloré porque un día, allá por los ‘80, se terminó la miniserie Norte y Sur, y yo amaba, con mis seis añitos, al personaje de Patrick Swayse, mi primer crush. Lloraba fuerte frente al espejo cuando, de niña, al volver de la peluquería, notaba que nuevamente me habían cortado mal el pelo, pues pocos peluqueros saben qué hacer con los rulos. Pero también he llorado por cosas más transcendentes. He llorado por tristeza, por rabia, y sobre todo, ¡sobre todo!, por alegría. Ese día que llegué a la Escuela, lloré de emoción al saber que la había encontrado, que sabía por dónde seguir. Lloro mucho de alegría, y también sin saber por qué. A veces, en una danza, las lágrimas simplemente salen, autónomas, porque mi cuerpo sabe muchas cosas que mi mente no.


También encontré ahí esa pequeña tribu de mujeres que me alegran los días: Anto, Pau, Flor, Ale y Gabi. Y a la querida Noe, la guía, que me ha recibido y me ha impulsado a seguir, desde la inmensa generosidad que la conforma.


Gracia a la vida.


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